Ya ha pasado casi un mes desde esa madrugada en que el temor vivido durante mucho tiempo por los que te amamos, se transformó en punzante realidad. La muerte ganó la guerra de la que de tantas batallas habías salido vencedor, como lo escribiste en ¿Por qué a mi?, ese canto a la vida, lleno de dolor y humor, en el que contabas cómo te enteraste de tu enfermedad y cómo fuiste capaz de vencerla durante años.
“Su muerte me ha impresionado mucho, no sólo porque perdemos a uno de los mejores autores mexicanos, sino porque tuve siempre la impresión, cuando hablé con él, de que era un hombre fundamentalmente generoso, de gran bondad”. Esto expresó el Mtro. Ricard Salvat cuando supo de tu partida, porque a pesar de la fugacidad del encuentro que tuvieron, publicado en el espléndido libro de la ASSAIG DE TEATRE sobre la Muestra Nacional de Teatro 2007 en Zacatecas, México, con su sensibilidad y sabiduría, Ricard captó precisamente estas dos cualidades, de las muchas que tenías, pero que fueron las que determinaron tu vida y tu obra y que tuve el privilegio de comprobar hasta el final de tus días: Generosidad, Bondad. Esto me motivó a aceptar el honor de escribir sobre ti y sin consultárselos, ser eco de tus queridos Víctor y Pastora, Amparo, tus Marías, Maribel, Norma, Alberto y tantos y tantos otros que conformamos una familia de amor por tu memoria.
Sin conocerte te conocía, por tu teatro, por tus críticas. Sin conocerme mas que en escena, me cobijaste en tu papel de funcionario bancario para tranquilidad de mi vejez. Fue con mi marido, Miguel Córcega, con quien por primera vez disfruté de tus dotes de anfitrión, cuando invitaste al elenco de Tabasco Negroen la que él actuaba, a celebrar el estreno de la obra en tu casa.
Y luego vino La Malinche. Empezamos la maravillosa complicidad del trabajo teatral conjunto en el que te constaté creativo, audaz, contestatario, honesto, incansable, digno, líder, compañero.
Cuando a finales del ’98 me regalaste la posibilidad de ser Rita, La Mujer que cayó del cielo, no me imaginaba que iniciaba una década que me marcaría de por vida y más allá de tu muerte física, por la cercanía que se dio a partir de ese proceso. Te volcaste apasionada, generosamente, para posibilitarme entrar en el mundo de tu estado grande de Chihuahua, de los tambores rarámuris que nos hicieron vibrar casi hasta el trance en las noches y las madrugadas de la Semana Santa de la Sierra Tarahumara.
La vida no volvió a ser igual ni para ti, ni para mi. En la cocina de tu casa de Chihuahua compartiste con Miguel y conmigo tus dudas, pero finalmente tu decisión, de abandonar la comodidad y privilegios de alto funcionario de la Banca, para entregarte al trabajo por y para los escritores de México al frente de la SOGEM. Otras tareas, aparte de las teatrales, pude compartir contigo.
Si como Maestro Normalista, Doctor en Leyes y Ejecutivo Bancario, Escritor de novela y cuento, Dramaturgo, Crítico teatral y hasta compositor, faceta de la cual hasta hace poco supe que tenías, te habías significado en México y más allá de sus fronteras, a partir de tu decisión de ser escritor de tiempo completo, te volviste “el indispensable” que ahora toda la Cultura de este país reconoce y añora.
Teatro, literatura, educación, cine, danza, plástica, música, medios masivos de comunicación, editoriales, cuerpos legislativos locales y federales, gobiernos y funcionarios de todos los partidos escucharon con respeto tus posiciones por justas, por claras, siempre encabezando las mejores causas y ganando con tu inteligencia y conocimiento muchas y diversas batallas. Y en todos los ambientes, generabas calor humano, esa cercanía de la que hablo y que conocí, pero que no era exclusiva para unos cuantos, sino de la que pueden hablar muchos otros. Esa generosidad que reconoció el Mtro. Salvat te llevó también a aceptar la Presidencia del Comité Mexicano de Amistad con el Pueblo Saharaui, porque amabas la paz, reivindicabas la libertad, porque rechazabas la injusticia y escribías por indignación.
Podría hacer un recuento de los altos cargos que también tuviste a nivel internacional en relación a Derechos de Autor y Cinematografía. Afirmo, como muchas veces lo he hecho, que para conocer y comprender la realidad mexicana de finales del siglo XX y albores del XXI, se requiere conocer tu obra. Reitero también, que conoces a fondo y como muy pocos, el alma femenina. Pero lo que se nos queda en el alma, son las palabras del Día Mundial del Teatro que diste en Paris y para todo el mundo; la lección de Historia del Teatro Mexicano que constituyó tu discurso de entrada a la Academia Mexicana de la Lengua y la muestra de amor que nos mandaste desde la Sala de Emergencias del Hospital Inglés, en tu nota para el programa del CEUVOZ del Primer Encuentro de la Voz y la Palabra, pienso que la penúltima que escribiste.
Sabíamos que estaba muy enfermo, pero sin darnos cuenta, todos abrigábamos la esperanza de que como hace cinco años, a pesar de que en varias ocasiones se nos dijo que no amanecería y amaneció, su férreo deseo de vivir, la conciencia de lo mucho que hay por hacer, lo levantaría.
Sé que estoy escribiendo sobre un hombre notable de México, pero el 31 de julio de 2008, se abrió un enorme vacío que deja el hermano, el amigo, el consejero. Litigante, gestor, funcionario. Docto, solemne, lapidario a veces. Tímido, candoroso, curioso, con una enorme capacidad de asombro. Bárbaro del norte se llamaba a él mismo, pero pocos caballeros ha habido con alma tan fina en este país.
Cuando anunciamos el estreno de su obra DesAzón, (Sazón de Mujer) ya que la hacíamos Angelina Peláez, Julieta Egurrola y yo, hice la broma de que si en España, existían “las chicas Almodóvar”, en México teníamos a “las chicas Rascón Banda”. A Víctor Hugo le encantaba saber que muchas de sus amigas se iban sumando al grupo. Lo despedimos unidas en su velorio y junto al féretro recordé que en su obra Apaches, el indio Vitorio dice: “los guerreros estamos en el cielo con el Gran Padre”.
Sé que Víctor Hugo que nos observaba a todos, al oir los llantos y algunos rezos, más bien repetía el último parlamento de Vitorio: “Acá nadie descansa en paz…..Acá, la guerra sigue”.
Yo te digo, como el indio Jerónimo: “Tú eres un guerrero, Víctor Hugo. Por eso estás con nosotros”.
LUISA HUERTAS
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